Lo digo porque cuando me pongo, por las tardes, frente al televisor, no puedo reprimir mi sorpresa. Mi capacidad de comprensión ya creía que había sido superada. Pero resulta que no, que cada día compruebo que hay personas que son capaces de pensar en ofrecernos programas más y más disparatados. Algunos de ellos dejan entrever que hay quienes estudian al más mínimo detalle la reacción posible en los afectados: los televidentes.
También llego a la conclusión de que no sé si es que ellos piensan que una gran mayoría de los telespectadores somos imbéciles, o que, realmente lo somos.
El caso es que todo ese tipo de programas en que, como si de un circo romano se tratase, salen a la palestra los modernos gladiadores. Sí, esos periodistas, pseudoperiodistas o friquiperiodistas, que compiten no sólo en ver quién dice el insulto más grave hacia el oponente, sino que se esfuerzan por demostrarnos que las aulas de la Universidad debieron de pisarlas para alguna otra cosa distinta a estudiar. No es posible que una carrera universitaria como es periodismo o como se quiera denominar ahora, que ni falta que me hace saberlo, deje que pasen el filtro de los exámenes aquellos seres que no saben utilizar ni mínimamente el lenguaje español. Que no saben construir una frase correcta o, por lo menos, decentemente.
Y encima se permiten querer darnos lecciones de educación, de compostura, de equilibrio, o de no sé qué. Ellos y los moderadores, que normalmente son más friquis que los propios contertulios.
Allí tiene cabida todo tipo de famoso, famosillo o simplemente señor o señora que pueda presumir de haberse acostado con alguien realmente conocido. O de no haberse acostado pero decir que lo ha hecho. O haberlo soñado tantas veces que ha terminado por creérselo. Las locas historias del mundo de Mel Brooks no tienen nada que envidiarle.
Triste es tener que recordar que había programas con invitados cultos, correctos y que dejaban hablar al otro sin interrumpirle.
Digo yo que al igual que programas como el del Sr. García, hoy otros como el Sr. del Olmo o el Sr. Jiménez Losantos, compiten en algo muy usado en los medios de comunicación.
Es algo similar a esos coches de los que un 50% opina que son horribles y el otro 50% que son un alarde de diseño, innovación y buen gusto.
Es decir, que unos escuchan para decir que son maravillosos y los otros para disfrutar enfadándose porque piensan que son los seres más deleznables que existen en la faz de la tierra.
O un ejemplo más cercano quizá. Cuando mi padre me llevaba a la Plaza de Toros de Murcia a ver el espectáculo, en verano, los sábados por la noche: La lucha libre americana. Se cambiaban de maquillaje o de careta. Y el que un sábado era bueno al siguiente era malo o viceversa.
Y el público rugía tomando partido, sin saber, como era el caso de los críos como yo, que aquello era un puro circo y que los palos eran de broma.
Hoy somos como esos críos y nos siguen tomando el pelo. Espero que alguna vez nos consideren un poco mejor. Porque si no estamos arreglados. ¿De verdad hemos llegado a esta pérdida del sentido de la realidad?
SED FELICES.
También llego a la conclusión de que no sé si es que ellos piensan que una gran mayoría de los telespectadores somos imbéciles, o que, realmente lo somos.
El caso es que todo ese tipo de programas en que, como si de un circo romano se tratase, salen a la palestra los modernos gladiadores. Sí, esos periodistas, pseudoperiodistas o friquiperiodistas, que compiten no sólo en ver quién dice el insulto más grave hacia el oponente, sino que se esfuerzan por demostrarnos que las aulas de la Universidad debieron de pisarlas para alguna otra cosa distinta a estudiar. No es posible que una carrera universitaria como es periodismo o como se quiera denominar ahora, que ni falta que me hace saberlo, deje que pasen el filtro de los exámenes aquellos seres que no saben utilizar ni mínimamente el lenguaje español. Que no saben construir una frase correcta o, por lo menos, decentemente.
Y encima se permiten querer darnos lecciones de educación, de compostura, de equilibrio, o de no sé qué. Ellos y los moderadores, que normalmente son más friquis que los propios contertulios.
Allí tiene cabida todo tipo de famoso, famosillo o simplemente señor o señora que pueda presumir de haberse acostado con alguien realmente conocido. O de no haberse acostado pero decir que lo ha hecho. O haberlo soñado tantas veces que ha terminado por creérselo. Las locas historias del mundo de Mel Brooks no tienen nada que envidiarle.
Triste es tener que recordar que había programas con invitados cultos, correctos y que dejaban hablar al otro sin interrumpirle.
Digo yo que al igual que programas como el del Sr. García, hoy otros como el Sr. del Olmo o el Sr. Jiménez Losantos, compiten en algo muy usado en los medios de comunicación.
Es algo similar a esos coches de los que un 50% opina que son horribles y el otro 50% que son un alarde de diseño, innovación y buen gusto.
Es decir, que unos escuchan para decir que son maravillosos y los otros para disfrutar enfadándose porque piensan que son los seres más deleznables que existen en la faz de la tierra.
O un ejemplo más cercano quizá. Cuando mi padre me llevaba a la Plaza de Toros de Murcia a ver el espectáculo, en verano, los sábados por la noche: La lucha libre americana. Se cambiaban de maquillaje o de careta. Y el que un sábado era bueno al siguiente era malo o viceversa.
Y el público rugía tomando partido, sin saber, como era el caso de los críos como yo, que aquello era un puro circo y que los palos eran de broma.
Hoy somos como esos críos y nos siguen tomando el pelo. Espero que alguna vez nos consideren un poco mejor. Porque si no estamos arreglados. ¿De verdad hemos llegado a esta pérdida del sentido de la realidad?
SED FELICES.
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