Tiene grabado a fuego un simple detalle entre las toneladas de caos que ayer inundaron las 24 horas de su guardia en la ambulancia del Servicio de Emergencias. Un detalle que, a pesar de todo, impedía cogerle una vía intravenosa a su paciente, el pequeño de la fotografía que ha dado la vuelta al mundo como contrapunto al dolor y a la desesperación que invade estos días la ciudad de Lorca. Una imagen que arroja un rayo de luz en un mar de tinieblas y que demuestra que el jueves también había ángeles, muchos de ellos anónimos, protegiendo las vidas de otros tantos lorquinos. Ese detalle, que para otros pasó totalmente inadvertido, a ella le impactó. Sergio «agarraba con todas sus fuerzas un trozo de pan, lleno de polvo, y no lo soltaba. No podíamos quitárselo, no nos dejaba. Se aferraba a él como quien se aferra a la vida misma». Y logró agarrarse a ella gracias, en parte, a varios de esos ángeles anónimos que lograron sacarlo de debajo de una pila de escombros y entregárselo a otro ángel, licenciada en Medicina y a la que le corre por las venas la vocación del servicio en emergencias. De este ángel sí sabemos su nombre y apellidos: María José Carrillo.
Ella, junto a los tres miembros de su equipo, bomberos de Lorca, y vecinos del barrio de La Viña, fueron los primeros en llegar a la zona donde se desplomó el edificio de tres plantas que atrapó en la calle a una de las fallecidas y a sus dos hijos, que finalmente sobrevivieron y se recuperan en el hospital Virgen de La Arrixaca. «Estábamos en el barrio atendiendo a los vecinos cuando se produjo el segundo terremoto. Unos segundos que se me hicieron eternos. Lo primero que nos encontramos fue el chico que había fallecido al salir del bar. Vimos que las lesiones que tenía eran incompatibles con la vida, lo tapamos y seguimos atendiendo al resto de los afectados. Algo que quizá la gente no entiende. Nos agarraban y nos decían que volviéramos a intentarlo, que siguiéramos con él, pero había gente que necesitaba nuestra ayuda, y al final lo comprendían. Los vecinos de Lorca tuvieron un comportamiento excepcional. Estoy maravillada con la calidad humana y la caridad de los vecinos que ayer se pusieron a echar una mano, a quitar piedras y escombros y a ayudar a los demás», asegura esta médico de Archena de 32 años, casada y con un hijo de once meses que le ha hecho «cambiar la perspectiva de todo. Ayer -por el miércoles- tenía miedo. Temía por mi vida y por dejar a mi hijo solo si a mí me pasaba algo. Fue una de las cosas que pensé cuando cogí al pequeño en brazos».
«Como animales»
María José habla con ternura de Sergio, «mi paciente». Lo es, de hecho. El mayor de los dos hermanos, Salva, también pasó por sus brazos antes de que Nacho García inmortalizara la instantánea. La médico reconoce que se tenía que haber ido con el primer menor en la ambulancia, pero que los llantos de Sergio la devolvieron a los escombros. «Todos nos pusimos a escarbar, como si fuéramos animales. Con las manos o con lo primero que encontrábamos. Hasta que apareció él. Estaba tumbado boca abajo, totalmente sepultado por un montón de cascotes», relata con viveza. «Si no hubiéramos escuchado los sollozos que venían desde el edificio, hubiéramos pensado que estaba muerto». Su voz se entrecorta. Piensa. Reacciona. «Los bomberos y la gente que estaba allí me lo dan y yo salgo de allí. Cuando el pequeño llega a mis brazos, sólo pienso en el fuerte olor a gas y en llevarme al pequeño de la zona cuanto antes, a pesar de todas las normas de inmovilización para los politraumatizados. No me importa». Sonríe. Descansa.
Con los dos pequeños a salvo, María José se monta en la ambulancia para trasladar a Sergio al hospital Rafael Méndez. Durante el trayecto, el equipo compuesto por el enfermero, el conductor y el técnico, además de por ella misma, trata de animar al niño. «Le distraemos con otras cosas para que no piense en lo que ha pasado. Me fijo en su camiseta, de los dibujos de Cars, y le hablo de ellos. De que ha sido muy bueno y de que se ha portado muy bien. Porque es verdad. No estaba nervioso, no estaba agitado. Mi paciente se portó como un campeón. A pesar de que preguntaba por su mamá, de que preguntaba constantemente por su zapato -sólo tenía uno en los pies- y de que le dolía mucho la herida de la cabeza cuando se la tratábamos, se portó como un campeón, como un verdadero campeón», repite con énfasis.
Hasta las nueve de la mañana de ayer, María José no dejó de atender enfermos y valorar heridos. De ayudar a otras personas. Después, se quitó el casco, el uniforme y se fue rauda a Archena para buscar a Guillermo, su bebé, mientras aún pensaba en todo lo ocurrido. Un trabajo bien hecho «que no me va a compensar toda la pena que sentí ayer en Lorca. Sólo espero que la ciudad se recupere cuanto antes». Palabra de ángel.
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