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martes, 19 de febrero de 2008

Cajón de Sastre: "La Carta", por Carmen Jara

"LA CARTA", por Carmen Jara (Bibliotecaria de Ceutí)
Hay quien no cree en las casualidades. Quien piensa que las cosas suceden porque tienen que suceder, porque algo o alguien mueve los hilos de nuestra existencia.
No sé qué habrá de cierto en esta creencia pero hoy me ha pasado algo que me ha producido una sensación rara, me ha hecho pensar que alguien trataba de buscar un hueco en mi recuerdos después de muchos años. Es posible que cuando llegan ciertas fechas que tienen un significado muy especial en nuestra vida, se produzcan ciertas “casualidades” que nos lleven hacia lugares que creíamos olvidados.
Estando colocando una cosas en su sitio, me ha aparecido entre unos libros una carta que escribí tal día como hoy hace veinticinco años. Una carta que le había escrito a una persona fallecida cuatro días antes. Esta persona había significado mucho para mí en un tiempo pasado y su muerte en plena juventud, vino a llenarnos de tristeza a todos lo que lo conocíamos. Fuimos novios desde una edad muy temprana, puede que demasiado, hasta otra en la que empezaba a aflorar lo que íbamos a ser en el futuro. Esa evolución, esa madurez que íbamos adquiriendo fue lo que nos separó en vez de unirnos pero eso no fue obstáculo para que continuáramos siendo buenos amigos.
Al leer la carta no he podido contener las lágrimas. Me ha sobrecogido el hecho de que en todo este tiempo no la había visto y ni recordaba haberla escrito y que, precisamente hoy que no hubiera tenido que estar haciendo lo que estaba haciendo por ser precisamente domingo, haya llegado a mis manos como si “alguien” lo hubiera hecho a propósito.
Esta es la carta que entonces le escribí a mi querido amigo fallecido:

Murcia-17-Febrero-1983
Mi querido Tomás:
Ahora puedo volver a escribirte porque vuelves a pertenecerme. Ahora que sólo eres recuerdo para todos, yo ocupo una parte importante en ese recuerdo.
Tú y yo hemos compartido la adolescencia y un poco de la juventud, un poco que en tu caso es un mucho porque te has ido cuando empezabas a vivirla.
Hemos compartido casi diez años de nuestra vida. Durante ese tiempo tuvimos momentos de auténtica felicidad y otros de gran amargura. Con tu muerte, lo que antes era una parte de mi vida pasada, se ha convertido en algo sumamente importante. En cuanto a mi se refiere, me has ganado en tu última batalla. Has conseguido que nunca pueda olvidarte y que aquellas cosas, que son muchas, que llenan mis cajones, mis lejilllas, mis estantes… sean autenticas reliquias para mi.
¡Qué recuerdos vienen a mi mente, Tomas! Buenos y malos, no hay que desdeñar ninguno.
Tus manos, esas manos morenas, robustas, de uñas anchas. Esas manos que tantas veces acariciaron mi cara con un suave roce mientras estábamos sentados en las mecedoras del Casino.
Nuestro primer beso. Siempre lo he recordado como un suave roce en mi mejilla. Fue en la puerta de mi abuela, junto a la ventana.
Y aquellos otros besos que nos dábamos en plena calle, algunas veces entre ocultos con las ramas de las moreras que aún existían en la carretera y que ya no están. Recuerdas que al principio los contábamos. “Diecinueve y medio”, esa era la inscripción que queríamos ponerle al reloj de bolsillo que me regalaste y que no llegamos a ponersela.
Aún llevo en la mano la sortija que me regalaste hace 7 u 8 años para el día de mi santo. Estabas en casa y te fuiste a Murcia en la moto para recogerla porque tuvieron que agrandarla. La colocaste detrás de una fuente que había sobre la mesa que yo estaba limpiando en ese momento y tú me dijiste que no lo estaba haciendo bien, que tenía que levantar la fuente para limpiar por debajo.
Tengo algunos billetes de tus viajes de Granada a Murcia cuando estabas haciendo la mili.
Me acuerdo de cuando te llevábamos a la Venta del Olivo para que allí te recogieran unos compañeros. Y cuando te llevábamos a Alguazas para que cogieras el coche a Caravaca.
Y hablando de la mili, nunca se me olvidará cuando estuve en Málaga y tuve que verte en el calabozo y con un soldado delante de nosotros con un fusil en la mano. Y nuestra gran pelea en Almería cuando fuimos mis padres, mi hermano Vicente y yo a pasar el día contigo. Al final todo se arregló como pasaba siempre.
Hay tantas cosas que me hubiera gustado hablar contigo. Me hubiera agradado tanto haber asistido a tu boda. Yo me alegré mucho de que te casaras. Hubiera querido ser amiga de tu mujer. Haberla conocido, haber visto tu casa. Continuar una amistas que yo no creo que sólo pudiera ser utopía.
El lunes, cuando estuve en tu casa después de tanto tiempo, no puedo decir lo que sentí. Todo estaba prácticamente como entonces. Los mismos muebles, los cuadros de la entrada y el espejo donde yo tantas veces me había mirado antes de salir. Pero había algo que lo descomponía todo. Un oscuro ataúd que llenaba un espacio infinito. Allí donde otras veces nos habíamos sentado tú y yo, en verano a tomar el fresco y en invierno nos habíamos helado mientras hablábamos, allí donde tanto tiempo habíamos pasado, se encontraba la realidad más triste a la que he tenido que hacer frente en mi vida. Nunca más volvería a hablar contigo, nunca más nos volveríamos a encontrar casualmente en cualquier parte, nunca más volvería a ver aparcado tu coche en una calle, jamás tendremos la oportunidad de reunirnos todos de nuevo con un motivo cualquiera.
Ya no volverás a cumplir más años. Siempre te recordaremos joven, ya no serás ocho días mayor que yo. El tiempo ha dejado de pasar por ti. Pero él no conseguirá borrarte de mi mente mientras viva y cuando a mi me llegue también la hora, te buscaré en el otro mundo como un amigo busca a otro amigo en un momento difícil, esperando encontrar en ti la ayuda que me prestaste en otras ocasiones”.

1 comentario:

  1. Hace tiempo que leo este apartado del blog de Juan Pio, y me ha llamado la atención que Carmen lleva algun tiempo sin escribir ¿se puede saber el motivo?

    Y ya que estoy pues enviar un saludo a Carmen y a Juan Pio

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