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domingo, 26 de agosto de 2012

Cajón de Sastre: "Limpieza", por Carmen Jara


"LIMPIEZA", por Carmen Jara (Bibliotecaria de Ceutí)
Desde pequeña aprendí que la limpieza a fondo de una casa hay que realizarla con periodicidad. Concretamente en mi familia venía marcada por los grandes acontecimientos festivos del año: navidad, pascua florida y fiestas del pueblo. Eso era en casa de mis padres porque en la mía, esta sana costumbre ha quedado algo más diluida. 
Aprovechando las vacaciones, me propuse hacer en mi morada una de estas grandes limpiezas. Craso error porque con las temperaturas que estamos alcanzando en este estío, que seguro quedarán grabadas en los anales meteorológicos, no parecía una idea muy acertada. De todas formas, lo tenía tan claro que me puse manos a la obra.
Lo que no tenía tan previsto es que esta limpieza se fuera a convertir en algo parecido a un viaje iniciático. Trataré de explicarme lo mejor que pueda. Hay muchas formas de limpiar. Desde el eufemismo que usaba mi madre para la limpieza de los domingos de "dar la pasada", que para ella consistía en pasar el trapo por todas las superficies planas o "testeros", palabra que también solía usar mucho, y que a mi me sacaba de quicio porque lo que de verdad estaba deseando era arreglarme para llegar a la iglesia, por lo menos antes de que D. Salvador, el cura, diera la bendición, y  poder pasar un rato con los amigos, hasta la de sus "deshollinos"; ésta es la palabra que mi madre ha usado siempre para las limpiezas a lo bestia que incluían: pintar toda la casa por el deterioro que sufrían las paredes a causa de la tremenda humedad, dar aceite a todos los muebles, sacarle brillo a todo lo que tenía que brillar, sacar todo de los cajones y armarios, etc., etc., hay un amplio abanico donde elegir.
Pues bien, yo emprendí mi tarea tratando de encontrar el término medio que es donde dicen que se encuentra la virtud, y una vez realizada la limpieza de la cocina ayudada por otra persona, decidí acometer la misma labor con aquellos otros rincones de la casa que, por su carácter más personal e íntimo, sólo una misma puede realizar. Me estoy refiriendo a mi dormitorio y a cajones y armarios donde guardas un montón de cosas además de ropa.
¡Cómo es posible que haya sido capaz de acumular tal número de cosas !
Así se entiende que para desprenderme de parte de todo eso acumulado durante años necesitara cinco horas sin moverme del dormitorio. Cuando acabé, era como si hubiera hecho un viaje en el tiempo, como si me hubieran abducido y hubiera estado durante unas horas en algún lugar donde debemos perdernos cuando estamos viendo pasar, por nuestros ojos y manos, parte del pasado en forma de objetos de lo más variopinto. Cartas, postales, monederos desechados pero que no he podido tirar por motivos sentimentales y en los que todavía quedan dentro cosas para el recuerdo, montones de invitaciones de boda, de algunas de ellas no he conseguido averiguar quienes eran los contrayentes y otras me hicieron sonreír porque algunos de esos matrimonios son ya historia pasada; recuerdos de comuniones, varios cinturones de cuando era casi una adolescente que, por cierto, me sirvieron para darme cuenta de cómo había aumentado el número de centímetros de mi cintura, planos de ciudades, entradas de museos, folletos informativos de viajes realizados, diarios de esos viajes, bolígrafos a los que se les secó la tinta hace tiempo, tiques de compras en grandes almacenes de hace años, incluso algún que otro objeto que ni siquiera sé qué es ni de dónde ha podido salir. 
Entre todo este maremágnum de objetos, había otros con más carga emocional. Me refiero a unos zapatitos de mi hijo de cuando era pequeño, unos calcetines calados, una hoja con la impresión de sus manos manchadas en pintura, unos tirantes que le compré en la Expo de Sevilla, una pajarita de un disfraz, algunos dientes de leche, tiques de la farmacia con su peso, casi ilegible, de cuando tenía meses, ¡¡los partes de baja maternal!, un juego de llaves del primer coche que tuve y un largo etcétera de esta clase de cosas que guardamos, tal vez esperando que nos sirvan para recordar cuando la memoria nos falle.  
Tres bolsas de “cosas” acabé tirando a la basura y para mi fue como si me hubiera desprendido de un gran lastre. Por supuesto que muchos de los objetos nombrados aquí siguen y seguirán conmigo durante más tiempo, puede que toda mi la vida. Lo que ha ido a la basura era sólo eso, basura, que estaba ocupando un espacio físico tontamente.
Este proceso mental marcado por la necesidad de tirar y deshacerme de cosas, ha llegado a tal punto que incluso ha afectado a mi correo electrónico, dejando a cero la bandeja de entrada, la de correo no deseado y la papelera. Me ha felicitado con un ¡hurra! mi servidor. 
Según una querida amiga mía, ésto puede ser un síntoma de que algo en mi cerebro está cambiando. Puede que tenga razón. Desde luego para mí ha tenido un gran valor emocional porque tengo una tendencia natural a guardar cosas. Quitarme parte de todo eso ha sido un acto de superación personal que sólo puede entender alguien que tenga esta misma tendencia a guardar de forma indiscriminada.
Si al final resulta que no ha cambiado nada en mi futuro proceder, por lo menos he dejado sitio para lo que está por llegar.
           
 
   

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