"LIMPIEZA", por Carmen Jara (Bibliotecaria de Ceutí)
Desde pequeña aprendí que la limpieza a fondo de una casa hay que
realizarla con periodicidad. Concretamente en mi familia venía marcada por los
grandes acontecimientos festivos del año: navidad, pascua florida y fiestas del
pueblo. Eso era en casa de mis padres porque en la mía, esta sana costumbre ha
quedado algo más diluida.
Aprovechando las
vacaciones, me propuse hacer en mi morada una de estas grandes limpiezas. Craso
error porque con las temperaturas que estamos alcanzando en este estío, que
seguro quedarán grabadas en los anales meteorológicos, no parecía una idea muy
acertada. De todas formas, lo tenía tan claro que me puse manos a la obra.
Lo que no tenía tan
previsto es que esta limpieza se fuera a convertir en algo parecido a un viaje
iniciático. Trataré de explicarme lo mejor que pueda. Hay muchas formas de
limpiar. Desde el eufemismo que usaba mi madre para la limpieza de los domingos
de "dar la pasada", que para ella consistía en pasar el trapo por
todas las superficies planas o "testeros", palabra que también solía
usar mucho, y que a mi me sacaba de quicio porque lo que de verdad estaba
deseando era arreglarme para llegar a la iglesia, por lo menos antes de que D.
Salvador, el cura, diera la bendición, y
poder pasar un rato con los amigos, hasta la de sus
"deshollinos"; ésta es la palabra que mi madre ha usado siempre para
las limpiezas a lo bestia que incluían: pintar toda la casa por el deterioro
que sufrían las paredes a causa de la tremenda humedad, dar aceite a todos los
muebles, sacarle brillo a todo lo que tenía que brillar, sacar todo de los
cajones y armarios, etc., etc., hay un amplio abanico donde elegir.
Pues bien, yo emprendí
mi tarea tratando de encontrar el término medio que es donde dicen que se
encuentra la virtud, y una vez realizada la limpieza de la cocina ayudada por
otra persona, decidí acometer la misma labor con aquellos otros rincones de la
casa que, por su carácter más personal e íntimo, sólo una misma puede realizar.
Me estoy refiriendo a mi dormitorio y a cajones y armarios donde guardas un
montón de cosas además de ropa.
¡Cómo es posible que
haya sido capaz de acumular tal número de cosas !
Así se entiende que
para desprenderme de parte de todo eso acumulado durante años necesitara cinco
horas sin moverme del dormitorio. Cuando acabé, era como si hubiera hecho un
viaje en el tiempo, como si me hubieran abducido y hubiera estado durante unas
horas en algún lugar donde debemos perdernos cuando estamos viendo pasar, por
nuestros ojos y manos, parte del pasado en forma de objetos de lo más
variopinto. Cartas, postales, monederos desechados pero que no he podido tirar
por motivos sentimentales y en los que todavía quedan dentro cosas para el
recuerdo, montones de invitaciones de boda, de algunas de ellas no he
conseguido averiguar quienes eran los contrayentes y otras me hicieron sonreír
porque algunos de esos matrimonios son ya historia pasada; recuerdos de comuniones,
varios cinturones de cuando era casi una adolescente que, por cierto, me
sirvieron para darme cuenta de cómo había aumentado el número de centímetros de
mi cintura, planos de ciudades, entradas de museos, folletos informativos de
viajes realizados, diarios de esos viajes, bolígrafos a los que se les secó la
tinta hace tiempo, tiques de compras en grandes almacenes de hace años, incluso
algún que otro objeto que ni siquiera sé qué es ni de dónde ha podido salir.
Entre todo este
maremágnum de objetos, había otros con más carga emocional. Me refiero a unos
zapatitos de mi hijo de cuando era pequeño, unos calcetines calados, una hoja
con la impresión de sus manos manchadas en pintura, unos tirantes que le compré
en la Expo de Sevilla, una pajarita de un disfraz, algunos dientes de leche,
tiques de la farmacia con su peso, casi ilegible, de cuando tenía meses, ¡¡los
partes de baja maternal!, un juego de llaves del primer coche que tuve y un
largo etcétera de esta clase de cosas que guardamos, tal vez esperando que nos
sirvan para recordar cuando la memoria nos falle.
Tres bolsas de “cosas”
acabé tirando a la basura y para mi fue como si me hubiera desprendido de un
gran lastre. Por supuesto que muchos de los objetos nombrados aquí siguen y
seguirán conmigo durante más tiempo, puede que toda mi la vida. Lo que ha ido a
la basura era sólo eso, basura, que estaba ocupando un espacio físico
tontamente.
Este proceso mental
marcado por la necesidad de tirar y deshacerme de cosas, ha llegado a tal punto
que incluso ha afectado a mi correo electrónico, dejando a cero la bandeja de
entrada, la de correo no deseado y la papelera. Me ha felicitado con un ¡hurra!
mi servidor.
Según una querida amiga mía, ésto puede ser un síntoma de que algo en mi
cerebro está cambiando. Puede que tenga razón. Desde luego para mí ha tenido un
gran valor emocional porque tengo una tendencia natural a guardar cosas.
Quitarme parte de todo eso ha sido un acto de superación personal que sólo
puede entender alguien que tenga esta misma tendencia a guardar de forma
indiscriminada.
Si al final resulta que
no ha cambiado nada en mi futuro proceder, por lo menos he dejado sitio para lo
que está por llegar.
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